Iván Hochman
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Iván
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PAPEL
Zapiola 483
1 amb, fdo. baño
Abre un tipo que debe ser Ricardo. Todos los que alquilan departamentos se llaman Ricardo y se visten como este Ricardo. No hace falta que describa a mi Ricardo, es igual a los otros: el pelo en el pecho le asoma por arriba de la chomba color salmón. Y además lo del celular: lo llaman y el tono es una canción de Arjona. Ricardo famoso se pregunta por el altavoz del celular de mi Ricardo, por qué el amor es tan cruel. Mi Ricardo pone cara de perdón pero tengo que atender. Me acerco a cerrar la puerta; lo pienso mejor y la dejo abierta. Una tipa sale del baño y camina hacia la zona de la cocina. Ricardo le pellizca el culo con una mano mientras sostiene el celular en la oreja con la otra. La cocina está incluida en el mismo espacio único. Hago tuco y me quedan las sábanas con olor a cebolla. Invito a alguien a dormir y me dice: ¿qué les pasa a tus sábanas?, me dan ganas de llorar con ese olor. Y me quedo solo el resto de mi vida. Ricardo empieza a gritar algo sobre la situación del país. La tipa se acerca con un vaso de vino. Miro por la ventana la calle embotellada, dos pisos más abajo. Escucho las bocinas, los frenazos, los motores rugiendo que no me van a dejar dormir. Y, qué te parece el depto, pregunta la tipa. Lindo. Sí, a mí me encanta el edi, desde el sexto la vista es di-vi-na y Ricky es un bombón, se ocupa mucho de sus inquis, siempre pregunta cómo estás, está todo bien con el gas, es muy presente. Voy a pasar a ver al baño, digo. Encaro al baño pero la tipa se acerca de nuevo a la cocina y cambio de dirección hacia la puerta. Creo que podría soportar a Ricardo tocándome el culo cada vez que viene a revisar el gas, pero no el ruido ni el olor a cebolla en la ropa. Estoy por alcanzar la salida. Ricardo me mira. Freno. Qué carajo te pasa, grita. Balbuceo. Me interrumpe: no ves que sos un forro de mierda. Entonces me doy cuenta que le está hablando al celular. Desde el pasillo escucho a Ricardo gritar que no se puede confiar en nadie. Bajo las escaleras corriendo y pienso que no, no se puede, y menos en los Ricardos.
Estomba 2631
1 bañ, 2 hab, coc
Toco timbre y espero a que abran la puerta del cuarto B. En primaria, era del B. Los del A eran cancheros y en las fiestas bailaban lentos y chapaban. Los del C se portaban mal y los profesores siempre estaban retándolos. Los del B éramos tranquilos, buenos, infantiles. Una noche de cuarto grado planeamos con dos amigos del B ponernos de novios con chicas de otros grados. Yo decidí enamorarme de Marina, que era del C, pero tan buena y tranquila que parecía del B. Ella me dijo que no quería ser mi novia, una actitud muy del A, y durante más de un año me la pasé llorando para que dijera que sí. Al final, aceptó. Solo nos hablábamos por carta y nunca, ni una vez, nos dimos un beso.
Abre una Ricardo versión mujer y con una sonrisa de dibujito animado me invita a pasar.
El ventanal da a una plaza. Tomo mate a la mañana y miro cómo se mueven los árboles con el viento. Un rayo de sol calienta la casa. Un pájaro se posa sobre una rama y silba. Ahora canta una canción de Madonna. Abro la ventana y entran un montón de pajaritos. Cantamos todos juntos, bailamos, tomamos mate, los pajaritos también, se arma todo un musical y vuelo por la ventana cargado por los pajaritos que me sacan a pasear por la ciudad. Ricarda sonriente me toca el hombro. ¿Seguimos?
En el dormitorio también hay una ventana que da a los árboles del parque. Un pájaro se posa y me guiña el ojo. No puedo, me vas a hacer quedar mal.
Entro al baño y miro mi sonrisa en el espejo. Hace tiempo que no me veía así de excitado. Juego un rato a poner caras y hacer sonidos extraños.
Ricarda sonriente me espera afuera. No tan sonriente.
—Me encanta el departamento, creo que lo quiero —casi le grito.
—¿Sí? —su cara se ilumina de vuelta.
—Sí, estoy seguro. Quiero el cuarto B.
Bonpland 1622
1 amb, fondo, balcón
Un monoambiente a estrenar. Moderno. Las paredes son blancas. No sé qué más mirar: es un espacio tan vacío que desapareció el motivo para estar acá.
Papá tomó el turno y me reenvió un mail con la confirmación unas horas antes de la cita, sin darme tiempo para cancelar. Ni siquiera se ofreció a acompañarme. Ahora un nuevo Ricardo mira intrigado mi cara inexpresiva, esperando quizás que le pregunte cuándo es lo más pronto que puedo mudarme.
Entro al baño escoltado por el Ricardo que mira fascinado cómo miro cada cosa. El separador de la ducha es de vidrio. Me estoy bañando, cualquiera entra y me ve desnudo. Me pongo nervioso, me patino con el jabón y me rompo la cabeza. No sé qué hago acá. Ya encontré el departamento ideal. No quiero seguir buscando. Aunque todavía no les conté nada a mis papás. La cama es moderna, el colchón montado sobre una estructura de acrílico. Intento disimular, pero me parece que el Ricardo se da cuenta de que no me gusta. Todos ven siempre lo que me pasa. La cocina tiene alacenas de madera blanca con ventanas redondas y el interior hueco. Abro y cierro los cajones vacíos que se deslizan emitiendo un chirrido metálico. El Ricardo ni se inmuta.
—¿Y ese ruido? —le pregunto.
—¿Qué ruido?
—Este, este ruido —abro y cierro los cajones con más fuerza—. ¿No lo escuchás?
—Ya sabe, todo se arregla con VW40.
—No todo, eh, no todo se arregla con VW40 —gruño, sacudiendo los cajones.
Me vibra el celular en el bolsillo. Es un mensaje de la inmobiliaria de Estomba 2631: Milo, si no venís a dejar la seña se va a caer la reserva.
El Ricardo aprovecha que solté los cajones y me pregunta:
—Entonces, ¿quiere que le muestre la terraza?
—No, no me gusta el departamento.
—Buenísimo, pase a dejar la seña en planta baja.
Intento descubrir si me hizo un chiste o escuchó mal o qué. Tiene la mueca intacta. Nunca vi a nadie sostener tanto tiempo una expresión. No mueve un músculo. Guardo el celular en el bolsillo y miro fijo al Ricardo expectante. El primero que pestañea pierde.
Tengo ganas de llorar.