Ph: Birgit Böllinger [+]
Abrieron las importaciones de libros por lo que creo es EL gran momento para empezar a publicar y leer autores locales, de Argentina. Conocelos antes, obvio, andá a escucharlos si se presentan, bajate las versiones de prueba o adelantos, etc. Todas las editoriales que publican autores contemporáneos intentan seducirte para que los conozcas. Solo tus prejuicios impiden que los conozcas, las editoriales no y las contadas excepciones de editores que complican el acercamiento a sus propios autores corrigen enseguida ese comportamiento.
Con la apertura de importaciones de libros, dicen, perdemos la pequeñas editoriales, las medianas quizás. Las grandes no porque justamente son ellas las que “traen” esos libros al país ahora que se liberó el mercado. Sin embargo, lo que nadie dice es que son los lectores los que eligen esos libros. Se mandan hacer estudios que confirman que esos libros son vendidos si llegan a traerlos por lo que no es problema de lo que hagamos las pequeñas o medianas editoriales sino lo que quiera el lector. Y algo que tampoco nadie dice es que la gran mayoría de lectores no se preocupa por las #traducciones que hacen esas empresas editoriales de algunos autores “tanque” o “famosos”. Por el simple snobismo de tener un libro de tal autor extranjero o por comprar ese mismo libro que ha sido reseñado con tanto amor en medios culturales, son los lectores los que “hacen perder” a los pequeños editores el trabajo que hacen.
Y otra la realidad es que ni a los periodistas culturales les molesta. (Disculpen lo de “periodistas culturales” pero no se me ocurre otra forma rápida de nombrarlos).
Empecemos por discutir quiénes son los chanchos y quiénes los que les dan de comer. ¿A qué se debe que en las reseñas de esos geniales libros importados no traten siquiera el asunto de las traducciones horrendas que tienen? Desgraciadamente para mí, solo conozco dos casos de personas públicas del ambiente cultural que hacen un profesional análisis de esas traducciones de mierda que nos llegan a este país en vías de desarrollo; Guillermo Piro, Maxi Tomas, he leído algunos textos de Omar Genovese donde se refiere a este asunto y NO MUCHO MÁS. Ojalá me dejaran aquí en los comentarios algún otro nombre más como para incorporarlos a mi lista de ídolos.
Un editor bastante sincero me dijo una vez: ¿para qué vamos a pagar una buena traducción de tal libro si los vendemos igual, traducidos para españoles? Al pedo gastar pólvora en chimangos. ¿Quién está al frente del reclamo de mejores traducciones? ¿Los 100 traductores que hay que quieren cobrar dos sueldos por una traducción que lleva 25 días? ¿Los 11 blogueros que buscan a gritos trabajar en una redacción de cualquier cosa para que les paguen por escribir? ¿Quiénes? ¿Cuántos? Nosotros hacemos negocio igual, qué al pedo andar buscando la excelencia.
Para mi bardera opinión, en este país tercermundista donde se discute más por ver gratis el fútbol de primera división que por el sueldo vergonzoso que cobran los docentes; a los lectores se los considera estúpidos. No he podido encontrar una mejor explicación.
Había un programa que estaba buenísimo. El Programa Sur. El Estado se encargaba de financiar proyectos para traducir de aquí para allá o de allá para aquí literatura de todo tipo y color. Estaba buenísimo. Lo cierto es que, realmente, ya podemos decirle goodbye a ese proyecto. Y lo que me llama mucho la atención es que me resulta tristísimo que haga falta la ayuda del Estado para poder pagarle como corresponde a un traductor. Lo cierto es que si traducir un libro te sale 30 mil pesos (marzo de 2016) es complicadísimo pensar en que la editorial lo financie porque la realidad es que no ganás 30 mil pesos con la venta del libro que vas a traducir. Y podemos discutir si ayuda del Estado sí o ayuda del Estado no; la verdad es que lo pague el Estado o un señor con mucho dinero, los libros no se venden. (Olvidate vender en estos seis meses un libro: entre viajar en colectivo y leer un libro, hasta desde TN están diciendo que mejor ahorrate esa plata y leés otro día).
En mi caso no soy tan pesimista. Mi proyecto, además, es muy poco pretensioso, pequeño, manejable, económico, genial. No, para nada. Para mí hoy es un gran momento estar editando de vuelta libros hechos a mano. Lo que me da tristeza es el nivel de conversación de enormes periodistas, intelectuales y escritores que admiro. Como si las ideas geniales no valieran un choto, como si “el poder de las grandes empresas” los deprimieran al punto de darle la mano al verdugo y apoyar sin inconvenientes la cabeza en la guillotina. ¿Dónde quedaron esos William Wallace que llevabas a la guillotina a las piñas porque no se entregaban ni encadenadas de pies y cabeza? La queja depresiva más común que leo por ahí es “¿para qué vamos a hacer algo interesante si nadie lo valora?”. Y me da una pena: ok, te concedo que nadie valora una verga las pavadas que hacés: ¿por eso vas a dejar de hacerlas? ¿Qué pasó con tus ganas de hacerlas? ¿Solo las hacés si te prometen que todo te va a salir perfecto y las reglas de juego te van a favorecer?
Son muchas cosas que pienso cada vez que me acerco a espacios de discusión sobre el ambiente literario o cuando me cruzo con mesas diversas donde hay tres o cuatro jóvenes editores, viejos periodistas, nuevos lamebotas.
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