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Foto del escritorLucas Oliveira

Los cuadernos de Guillermo

Buta Ranquil está en Neuquén, como al norte de la provincia. Nunca fui pero estoy seguro de que allí hay un cuaderno que dice “Funesiana”.

Guillermo nació en Mar del Plata y cualquiera que haya nacido en esa ciudad me resulta atractivo. La Feliz mucho no me gusta, todos sabe. Guillermo primero conoció Funesiana y después supo que la editorial se financiaba con la venta de cuadernos. Entonces, después de comprar varios títulos, empezó a encargar cuadernos. A encargarlos, no comprarlos: a último momento me salía con alguna excusa bizarra o absurda y cancelaba la compra.

Nunca fue un problema: un cuaderno lindo siempre tiene dónde ubicarse. Y eran lindos porque Guillermo tenía pedidos muy extraños que yo cumplía al pie de la letra: ponele pedazos de una camisa que odio, te la mando. Y la mandaba. Ponele una llave de la primera casa que compartí con mi primera novia, te la mando. Y la mandaba. Tengo un póster de cuando era pendejo, casi lo tiro, te lo mando. Y lo mandaba.

Luego yo le sacaba fotos al cuaderno terminado, se las enviaba por mensajería y él contestaba pero dos días tarde, o tres, con una excusa bizarra, absurda, y una conclusión: vendelo por tu cuenta, no llego a comprarlo: es una orden.


Y yo lo vendía.


Eran lindos los cuadernos de Guillermo, me los sacaban de las manos en las ferias donde los mostraba. Luego de pagar, todos me preguntaban lo mismo: ¿cómo se te ocurrió la tapa?


Conversación en el rancho


De 2007 a 2014 habré vendido una veintena de cuadernos que Guillermo me explicó de manera milimétrica cómo decorar antes de ordenarme que los vendiera al precio más alto. Cuando me llamaba para un nuevo pedido no preguntaba por el cuaderno anterior. Al tercer cuaderno me pareció intuir una coherencia y simplemente me dejé llevar por el rol que me había asignado.


Hoy está desaparecido del mapa virtual.


Sus amigos, me dijo en 2014 por mensajería, no saben dónde está. Luego me dijo que estaba en Buta Ranquil, Neuquén. Que había descubierto la obra de Mario Vargas Llosa, que lo adoraba, que no podía creer la cabeza que tenía, que después de leer Conversación en la Catedral había decidido cambiar su vida para siempre. Que cómo podía ser que su cabeza se llenara de tantas imágenes y palabras de solo mirar una página manchada con letras. Que había trabajado con gente de todo tipo y nunca había visto semejante expresión de inteligencia. Que estaba abrumado. Que por eso se sentía a gusto en Buta Ranquil: acá puedo estar adentro de mi cabeza porque no hay mucho para hacer.


Hasta el día de hoy me arrepiento de no haberle preguntado de qué trabajaba en Neuquén.


La tristeza de Guillermo


La última llamada que me hizo indicaba con precisión quirúrgica la dirección para enviarle un cuaderno especial. Me iba a mandar los cueros de una oveja que había criado de corderito y se le había muerto de viejita en los brazos. Sentía un profundo amor por los animales del rancho en el que trabajaba pero especial y consentidamente por esa oveja que cuidaba como si fuera su única compañera. Sonaba triste, claro. Sonaba cansado, también. Más allá del cuero no me dio otra indicación. En todo caso fue ambiguo, errático, y no lo tomé en serio porque sus anteriores cuadernos eran diseñados con celosa precisión. Por supuesto que me extrañó un poco. Un poco mucho. Pero así era Guillermo, supuse.


La riqueza de Guillermo


Tenía su dirección, tenía sus indicaciones de cómo llegar adonde vivía pero no tenía ni idea de si seguía vivo. Guillermo era siempre arisco. No importaba cuántos años nos habíamos escribito por mensajería, siempre tenía pocas palabras para expresarse, como si las contara y de su pérdida dependiera su riqueza. Porque Guillermo puede ser arisco, seco, antipático, medio autoritario y hasta supina y ordinariamente ignorante pero era rico en el único sentido importa. Los tres audios que me hizo a lo largo de toda nuestra correspondencia satelital daban testimonio de un uso tan superior del aire que su garganta parecía el oráculo de Delfos.

Durante el invierno de 2014 me la pasé inquieto, distraído de todas mis ocupaciones. Hasta temía guglear Buta Ranquil porque me parecía que ese solo gesto sería una invasión a su privacidad. Me sabía un sabueso pero con Guillermo tenía una soga al cuello y dormía sin molestar en mi cucha del fondo hasta que me ordenaran lo contrario.


El regalo de cumpleaños


Para noviembre, luego de mi cumpleaños, decidí enviarle un cuaderno. El cuero nunca había llegado, sus comunicaciones se habían cortado y parecía estar fuera de órbita pero lo que decidí me cayó ácido y amargo. Igual enviaría un cuaderno a Buta Ranquil siguiendo las indicaciones postales que me había dado.

Durante varios meses del 2014 dije que iba a esperar el tiempo que fuera necesario, que no haría nada raro, tampoco lo molestaría por mensajería. Luego de brindar en mi cumpleaños tuve el reflejo de buscar su saludo en mi celular. Nunca me saludaba pero lo creía majestuoso y capaz del acto heroico de aparecer con un mensaje de felicitación la tarde que festejaba mis 36 años. Pero no fue así. Dos días más tarde me encontré leyendo Conversación en la catedral y me dejé llevar por la lectura hasta que apareció un párrafo hermoso, que me convenció de hacerle el cuaderno y enviárselo sin aviso.


Le puse letras onduladas a la tapa, lo pinté a mano, lo dibujé con cariño. En naranja destaqué con ironía el río Colorado, que abarca tapa y contratapa. Cada signo es sinuoso e intempestivo pero está en palo seco, recto, duro, como es él o como creo que es él.








La tinta de las lapiceras


“Sentía una inmensa ternura por ella. Estaba seguro de que la querría siempre, para mi dicha y también mi desdicha”, dice una de las guardas. Es una frase de Travesías de la niña mala, también de Vargas Llosa.



En la otra guarda puse una de Pablo Neruda que sabía le iba a gustar:


“Cuando crezcas descubrirás que ya defendiste mentiras, te engañaste a ti mismo o sufriste por tonterías. Si eres buen guerrero, no te culparás por ello, pero tampoco dejarás que tus errores se repitan”.



Nunca supe bien si llegó aunque no recibí el paquete de vuelta como respuesta del Correo. Mi celular tampoco recibió ningún mensaje y tengo el mismo número desde entonces. Los cuadernos de Guillermo siguen dando vueltas por las bibliotecas llenándose de tinta de lapiceras que no le pertenecen. Jamás me había dejado pagando antes.


Ayer me mandó un mail para felicitarme del renacimiento de la editorial. No lo contesté aunque quizás contar su historia sea una forma bizarra, absurda, de contestarle.

Sigue en Buta Ranquil con la esperanza de que el Tromen haga erupción y los entierre en lava a todos. Así termina, sin aclarar si esto último es un chiste.

No, mentira, así no termina. En realidad termina así:


Mencantó el cuaderno.

Un abrazo.

Guillermo.



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