Todo proyecto artístico expone cierta fragilidad. Toda forma de expresión humana es incompleta. Pero lo curioso con la literatura de Malkiel es que esa exposición, esa falta de completud, convierte cada relato en una forma de expresión de la fragilidad que genera una sospechosa empatía. Cada relato se construye a sí mismo con la soledad de lo inevitable y en cada punto final hay un gusto amargo que, lejos de volvernos en contra, nos convierte en cómplices. Como si cada uno de esos personajes fueran uno, en realidad; una sola persona que se plantea un desafío y no necesariamente lo cumple.

Lo inquietante de esta operación que realiza Malkiel radica en que al final de cada relato nos queda la vaga noción de que los personajes no son sino expresiones posibles de cada uno de nosotros, los lectores. Lo fabuloso de los textos de Malkiel se encuentra en la habilidad para interpelar a cada lector como si las páginas del libro estuvieran fabricadas con espejos en lugar de papel.